Estoy segura de que todos podemos recordar profesores de nuestro pasado que nos gustaron mucho, poco, o todo lo contrario. ¿Y eso a qué se debe? ¿Acaso a que no sabían la materia a la que estaban a cargo enseñarnos? No, sino por la calidad de su enseñanza. Por el método, ingenio y conducta que empleaban en enseñarnos la materia. Por ello, en el aprendizaje de un idioma, que el profesor sea nativo no implica mejor calidad de la enseñanza; pues por experiencia vi cómo los nativos (que no son profesores sino que sólo japoneses), por el hecho de serlo, no llegan a explicar los conceptos de una manera del todo eficaz para la correcta asimilación por parte de los occidentales, ya que dan por hecho el comprenderlas. Yo creo que la enseñanza óptima, comienza por haberse sentado antes en la silla del alumno.
Así pues, en vez de explicar qué clase de profesora de japonés soy, os explicaré qué clase de persona amante de Japón soy:
Yo, difícilmente puedo ser objetiva hablando de Japón, ya que yo me siento cautivada por el encanto que desde niña me impulsó a estudiar su idioma y contemplar su cultura y lugares. Es posible que mucha gente no lo sienta así, pero les aseguro que no es lo mismo visitar los lugares de España u otros países, que visitar los rincones especialmente antiguos del Japón. Ya que cada pequeño rincón, cada pequeña casa es para mí una obra de arte. En esas pequeñas casas de las aldeas, no necesariamente tan apartadas de la metrópolis, encuentro manifiesta un aura de candor, en la que sus gentes con sus cuidadosos modales, hacen la imagen perfecta de la harmonía entre los hombres y la naturaleza. Las aguas recogidas por estanques de la región de Nara, en especial en la estación de lluvias, invita a sumirse en la fantasía viendo las blancas grullas danzar. En medio de la capital, puedo cerrar los ojos y sentir en todas esas personas que pasan, sus ímpetu hacia el triunfo, hacia el éxito y hacia la felicidad en sus vidas.
La sociedad japonesa hoy día, ha abierto los ojos y ha visto que sus sueños y esperanzas de ser algo en la vida no tienen por qué ser lágrimas reprimidas sino una realidad ya palpable. Los japoneses ya no quieren más la reclusión de si mismos. Ahora vuelan con una imaginación tan extraordinaria que día a día inventan e innovan. La tecnología es su fuerte; la tecnología por ser la que se expande y atrae al mismo tiempo a todo el mundo. Ya no son presos, sino mentes ávidas de llegar a todas las partes del mundo con un clic.
Como puede verse, la mano japonesa está en todo tipo de trabajos. Aquí es donde incide la necesidad de una buena comunicación para las relaciones comerciales. Japón está abierto al mundo entero, pero sabe muy bien que es la tercera potencia mundial. Por ello, aquellos que abren o dirigen su negocio al oriente, deben saber cómo captar su atención y llegar a mantener una sólida y unida relación entre ellos. ¿Cuál es el nexo más factible para una empresa española y una japonesa? Inequívocamente: el idioma. No hay camino que allegue más a dos personas que el poder de la comunicación. El inglés es fundamental, pero deja de serlo cuando se mira a Japón. Para una empresa lograr cooperación o incluso introducirse en el mercado Nipón, es vital el diálogo en su propia lengua. Es por esta necesidad existente, que me presento como docente de este idioma.
Desde pequeña, cuando en España este idioma todavía era poco más que un rumor, yo ya comencé a estudiarlo mediante clases particulares. Más tarde, en Barcelona descubrí que existía una academia de japonés (Amano Juk). Allí estuve dos años hasta que supe que en la Escuela Oficial de Idiomas impartían también japonés. Aquí fui hasta 6º curso que es el último que imparten. Y también hice un curso en la Universidad de Bellaterra.
Con todo esto (no puedo decir “tras todo esto”, porque comencé a enseñar antes de acabar de estudiar todo lo anteriormente dicho) hoy cuento ya con 11 años de experiencia como docente impartiendo cursos a estudiantes y a trabajadores; a niños, jóvenes, adultos y jubilados; a los que acuden por trabajo, por hacer currículum o por afición. Todos caminos distintos, pero también todos con un mismo destino: Japón.